Este libro comenzó en mi mente luego de una primera entrevista con una paciente de 37 años que al terminar, me dijo: “¿me deja abrazarlo?, estoy muy agradecida”. Obviamente, nos unimos en un abrazo de mutuo agradecimiento ¿Qué había pasado? Más allá de los detalles que motivaron la entrevista, lo central es que estaba triste siendo una mujer feliz con su marido, hijos y su trabajo. Entonces, se abría un gran interrogante que curiosamente no nos pusimos a indagar sino que sucedió lo que en filosofía se llama acontecimiento, nada tenía que ver con lo que sucedía, nos encontramos envueltos María y yo en un clima de afecto y lucidez inexplicable. El “diálogo” fue fluido desde el comienzo en un clima de enorme simpatía que haría que ambos nos escucháramos y hablamos como si fuera un solo pensamiento donde lo diferente era el móvil.

Este clima, donde el amor primaba, no impedía que se fueran esclareciendo los profundos interrogantes que María traía a la entrevista. Siempre fue una niña, adolescente y mujer que “daba” todo lo que podía olvidándose a veces de ella. Ahora, tenía enfrente una sombra (“si dejo de ser así, me dejaran de querer”); especialmente, su tema era respecto a su marido, “el amor de su vida”. Llegando al final de la sesión, le interpreto sin ningún esfuerzo: “que suerte que acá conmigo diste todo lo tuyo, doy fe, y al mismo tiempo recibiste todo lo que yo te pude dar en este amoroso diálogo que tuvimos”. “Dar y recibir es más que dar”.

María, con lágrimas en los ojos, no dejaba de mirarme y sin decir palabras (no hacían falta) se levantó y me pidió un abrazo de agradecimiento.

Cuando se fue, Yo también me emocioné y me di cuenta que había sido un acontecimiento. Quedé agradecido a ella y a ese Dios que conservo más allá de toda explicación.

Esta introducción es para que las palabras que voy a escribir no suenen como pura elaboración racional ni tampoco como hecho aislado, sino como metáfora de lo que me viene pasando en los últimos tiempos, especialmente desde que en mi Teoría de Crisis Vital introduje el concepto de “encuentro” para dar cuenta que, más allá de tener con mis pacientes una relación, había un encuentro en torno a lo que hoy sin duda llamo amor, sin oponerse a lo que llamaba participación, o sea “devenir en el otro sin dejar de ser uno”. Semejante a la idea de Derrida de “lo diferente”, en la que para participar de un valor, el Yo es “suspendido” para dar lugar al ser que uno es sin tapujos, desapego que nos permite participar de un mismo anhelo de ser más con el otro u otros.

Por lo tanto, estamos hablando del amor como valor, no como enamoramiento y menos aún como deseo, sino del amor como energía afectiva vital que no empieza en “uno” sino en “dos”, o sea, nace el encuentro como acontecimiento.

Aclaramos esto pues estamos acostumbrados a hablar de amor como el desenlace del enamoramiento, donde el Yo descubre en el otro una atracción y deseos de compartir afectos de una manera diferente a como lo hace con los demás. Es un suceso, pues tiene antecedentes y motivaciones concretas, físicas y sociales.

Pero cuando hablamos de acontecimiento no hay antecedente: es como si fuéramos “arrojados” a vivir una experiencia que nos sorprende. Vale tanto en una pareja, en la amistad y ahora digo en el vínculo terapéutico.

Es curioso que Heidegger empleó el término somos arrojados al mundo (dasein) para señalar una experiencia originaria donde el entorno es diferente pero no ajeno: él diría “soy siendo con”. Con mis pacientes, luego de suspender el Yo (dudo de lo que percibo y pienso), la tendencia es ir vivenciando la experiencia terapéutica hasta no darle tanta importancia a lo que el Yo percibe o piensa. Se hace un margen fuera del suceso lleno de in-formación (tendencia a nuevas formas) cargadas de afecto aquí y ahora.

No es lo emocional reprimido y transferido sino algo surgido del encuentro, que tiene una fuerza especial que busca dialogar hacia alcanzar, en un futuro, lo anhelado por ambos, sea consciente o no. Digo esto porque cuando surge la palabra que da cuenta de lo vivido me sorprende, simboliza lo que vivimos en la experiencia con el paciente.

Obviamente, hay pacientes y pacientes, todos diferentes, pero María tenía un carisma muy especial respecto “al margen”, fuera de toda literalidad, cargado de afecto, que siempre dio sin esperar respuesta. Ese era el problema que ahora le angustiaba, pues descubría que amar es un diálogo entre amar y ser amado.

Aclaro que dialogar no es interactuar como en toda comunicación; es un vínculo sin sujeto donde el ser diferente nos enriquece de lo diferido en lo diferente, no el otro. Derrida estaría de acuerdo en esto pero aún más Badiou, otro filósofo, también francés, que habla del amor con acontecimiento desde “el dos”. Todas estas coincidencias con los filósofos mencionados y el empuje de María me tienen aquí escribiendo.

Una cosa es el diálogo intelectual y, otra, el diálogo amoroso; sin embargo, no se oponen, pues todo diálogo se enriquece en sí mismo, se retroalimenta y mantiene vivo el vínculo tanto en la tarea intelectual, terapéutica o de pareja. El diálogo mantiene entre las partes un espacio potencial que hace circular lo que se dice, es por eso que tanto me llega aquella sentencia de Jesús en el evangelio: “cuando dos o más se encuentren en mi nombre, allí estaré”. “Apuesto”, al estilo Pascal, que el “nombre” aludido a Jesús es amor. Algunos místicos dicen “Dios es amor”. Integremos un poco más esta sutileza del amor y toda su energía transformadora con la Teoría de Crisis Vital. He afirmado, en otros artículos, que al suspender el Yo, paulatina y sutilmente voy escuchando y hablando, dejando un “margen” de duda. Dice Edmundo Roca, “lo no dicho de lo dicho es infinito e influye sobre lo dicho”. Entiendo que “lo no dicho” es, en parte, la duda existencial que influye, no solo con in-formación sino, también, la participación afectiva.

Por lo tanto, cuando logro por momentos o sostenidamente lo que me sucedió con María, es ese margen que al ampliarlo alcanzaría el diálogo del encuentro.

Cuando se llega a él digo que la crisis se hizo vital, superando lo estructural: es ahí cuando somos “arrojados” al encuentro amoroso. Es el primer acontecimiento. Luego empieza a tener vigencia en energía vital, que denominé “anhelo de ser más con el otro u otros”, que lo diferencio de todo deseo pulsional. No es el Yo como sujeto de una relación quien actúa sino el ser de cada uno diferente y movido por el mismo amor de superar el malestar. Es entonces que surge, como segundo acontecimiento, la imagen o palabra que interpreta la inmediatez de la experiencia vivida. Esta interpretación tiene sentido que apunta más a “abrir” el misterio del futuro que desocultar el pasado, sin oponerse. Nietszche nos dice que interpretar la inmediatez de la experiencia no es explicar.

Una vez alcanzada esa palabra que simboliza el devenir de todo diálogo, vuelve el Yo como sujeto de una relación pero transformado. Es importante señalar que esa imagen o palabra surgida del segundo acontecimiento es un acto creador, pues da cuenta de algo inédito; no habla de un mundo dado, representado y pensado, sino de una realidad dándose, como hoy sostiene la física cuántica. Es para mí esa realidad, más allá de toda relación objetal, que aparece cuando la crisis se hace vital y somos “arrojados” hacia el futuro que tanto tememos despertar por su carga de misterio.

En realidad, no solo el acto creador crea mundo, sino que también todo diálogo que se retroalimente. Lo facilita, pues mantiene vivo el amor hacia ese anhelo de ser más con los demás, experiencia de auto-superación solidaria permanente. Lo que es bueno para uno lo es para el otro, de diferente manera.

Por eso, cuando María me pidió el abrazo de agradecimiento, yo también estaba agradecido. Si logramos vivir el amor con nuestros pacientes, “lo abierto” del porvenir acontece y a todos cura y gratifica.

(Septiembre de 2011)