Todo empezó cuando descubrí estudiando y trabajando con adolescentes el concepto de crisis como momento de cambio, ya sea provocado para la evolución, los accidentes y sobre todo como pasaje necesario para cualquier progreso que para realizarse necesita dejar sus viejas estructuras dadoras de estabilidad y vueltas obstáculos con el advenimiento de lo nuevo.

Muy ligado a este concepto de crisis descubrí la idea de identidad, donde uno deja de ser lo que creía que era por estar identificado y adaptado (identidad del Yo y psicosocial) en determinado momento de su vida y poder mantener su mirada cuando hay cambios en la evolución, o por accidente o por las circunstancias externas. Me di cuenta que para entender el concepto de crisis de identidad faltaba el sentimiento de identidad que está más allá del Yo y de cualquier estructura dadora de identidad por identificación.

El sentimiento de identidad surge en el momento de crisis vital o de desapego de los objetos para rescatar el sentirse diferente como ser, pero unido solidariamente desde ese sentir donde anhelamos ser más con los demás.

Así se fue gestando la idea de crisis más allá de toda estructura a la que estamos identificados conscientes o no. Incluir más allá de los objetos de una realidad dada y estabilizadora, había otra realidad más vivida que percibida que nos da nuevos objetos de conocimientos propios y ajenos.

Nació así la teoría de crisis vital como forma diferente de ubicarse ante la realidad. Esta teoría la plantee como manera de ampliar el psicoanálisis limitado por un psiquismo que representa la realidad y determinado por un inconsciente estructurado como lenguaje. No tiene en cuenta una realidad no objetiva y tampoco “la lengua” sin código para interpretar.

La apertura a una nueva teoría (crisis vital) estaba apoyada en cuestionar el concepto de realidad objetiva que no podemos representar en el psiquismo y junto a ello todo determinismo tanto externo como interno, consiente o inconsciente. Al “suspender el Yo” se abría el psiquismo a lo vivencial y todo determinismo era relativo al participar de una realidad viva en permanente devenir. Toda estructura relacional era susceptible de convertirse en encuentro terapéutico.

La teoría que se insinuaba daba cuenta de un cambio importante, se partía de una realidad no tan objetiva y dada que había que desocultar. Es que el peso de la nueva física “cuántica” era tenida en cuenta para una teoría psicológica (Freud partió de la visión dada por la física mecánica de Newton). La famosa sentencia de la cuántica que dice “al abrirse el átomo todo tiene que ver con todo”, me animo a desarrollar el concepto de participar donde somos diferentes pero no separados. Es lo que sucede cuando una crisis estructural (relacional) se convierte en vital fluyente. Se “debilita” la relación entre sujeto y objeto (o Yo-otro) de conocimiento para “encontrarnos” participando de una experiencia (vital) donde la observación deja lugar a lo vivido que se registra sin pretensión de representar.

Los nuevos paradigmas de la ciencia me ayudaron a reinterpretar la idea de crisis estructural que el psicoanálisis llamó trabajo de duelo.

La teoría de crisis vital nos abre a lo que denominé “encuentro terapéutico” diferente a la conocida “relación terapéutica”. Vinculo mucho más participativo (“devenir en el otro sin dejar de ser uno”) y con repercusiones en la clínica y en la teoría que seguía desarrollándose.

Uno de ellos fue que interpretar no se limitaba a actualizar el pasado para superarlo sino que al abrirse a una realidad más vital (crisis vital) la realidad se volvía naciente e interpretarla era un acto creativo, daba cuenta de nuestros anhelos que como ser, tenemos solidariamente con los demás. Apunta más al futuro temido, que al pasado reprimido causante de enfermedad y malestar.

Además de cambiar el concepto de interpretación (la inmediatez de la experiencia de encuentro) fue interesante la importancia que tomó en el vinculo terapéutico el amor, como sostén de confianza ante tanta “duda” y perdida relacional como es “dar y recibir” (amar y ser amado) un solo acto, como es un verdadera dialogo (más allá de toda interacción). La forma de pensar en las secciones terapéuticas fue cambiando dado que se construía además por lo vivido más allá de lo pensado racionalmente y percibido. Era un pensar que no partía del dato percibido o pensado, sino de lo vivenciado que no se aleja de la experiencia (no la representa) sino que la intuye y construye una interpretación que da cuenta de la “inmediatez de esa experiencia”. A esta forma de pensar que tiene en cuenta lo vivencial, lo denomino “pensar meditante” donde es tan necesario los afectos, la duda, el dialogo y la imaginación creativa, para interpretar y curar con nuestros pacientes.

En el curso de mis publicaciones, que ahora las integramos en esta colección de la editorial Multiediciones, se fue desarrollando esta teoría “abierta” de crisis vital. Abierta no sólo a una realidad dándose, sino también a los nuevos paradigmas de la ciencia, la filosofía y otras disciplinas. Obviamente también al dialogo con mis pacientes y maestros. A uno de ellos, E. Roca, le rindo un homenaje en mi último libro.